Partimos de la mejor de las intenciones, de eso no hay duda. Queremos que nuestros hijos tengan excelentes oportunidades, buscamos potenciar sus aptitudes y que no se queden “afuera” de nada. Queremos prepararlos para un futuro en el que creemos que necesitarán ser bilingües, buenos deportistas y tener habilidades artísticas desarrolladas. Pretendemos que se desenvuelvan perfectamente a nivel social, que no nos hagan berrinches de ningún tipo, que terminen la tarea en tiempo y forma, y que su habitación brille. En definitiva, queremos que triunfen, que no sufran y que sean felices.
A esta altura del año, las agendas de los chicos empiezan a engordar en la misma proporción en la que enflaquecen nuestras billeteras y nos llenamos de horarios de idas y vueltas. Los hacemos madrugar para llegar a la escuela, en la que pasan muchas horas y después vuelven a casa a estudiar y a hacer deberes. Comienzan las clases de guitarra, de baile, de arte, de gimnasia acrobática, entrenamientos de hockey, futbol y rugby. Y para algunos se suman también los espacios de apoyo con maestras particulares, fonoaudiólogos, psicopedagogas y psicólogos.
Los fines de semana suenan los despertadores para llegar a los partidos y nos angustiamos si, además, no tienen programas organizados y tenemos que soportarlos con cara larga de aburrimiento.
Hagamos una pausa… respiremos… detengámonos a pensar en qué es lo que estamos haciendo y qué es lo que los chicos realmente necesitan.
Carl Honoré, en su libro “Hijos bajo presión” plantea que lo que ellos requieren es “sentirse seguros y amados, necesitan nuestro tiempo y atención, incondicionalmente, necesitan fronteras y límites, necesitan espacio para arriesgarse y equivocarse, necesitan pasar tiempo al aire libre, necesitan que les puntuemos y les midamos menos, necesitan comida saludable, necesitan aspirar a algo mayor que tener el próximo cachivache de marca, necesitan margen para ser ellos mismos…”
Es real que hay cosas que no están bajo nuestro control o que son difíciles de modificar, como los sistemas escolares y exigencias laborales del mundo adulto. El que existan “guarderías maternales” que reciben bebés de 45 días de vida es porque hay horarios que cumplir en los trabajos y no todas las mamás pueden tomarse licencias sin goce de sueldo. Cuando no podemos estar con ellos, debemos contratar a alguien que los cuide por nosotros o los anotamos en guarderías y talleres a contraturno.
Esto es real y no debemos llenarnos de culpa por ello; pero sí podemos tomar conciencia de las consecuencias de la sobrecarga de actividades y exigencias, y entender que implica un cambio de actitud también de nuestra parte.
Debemos aprender a tolerar la frustración que nos genera que nuestros hijos no cubran todas nuestras expectativas, que no sean tal como los soñamos y que tienen sus propios tiempos y necesidades. Tendremos que aceptar que pueden querer elegir algo diferente, que tal vez no se adapten a los lugares y a las personas que nosotros quisiéramos para ellos, que aunque nos parezca que desperdician talentos es importante que elijan qué vida quieren vivir.
Será una tarea de todos intentar cambiar de paradigma educativo, aprendiendo de la experiencia de otros países que ya han transitado por este camino. Proponernos que los niños lleguen a casa más temprano, después de su jornada escolar, con los deberes resueltos y sólo dispuestos a atender a su necesidad de merienda, juego y de vincularse con nosotros y sus hermanos.
Debemos alentarlos a que puedan decidir qué quieren hacer sin esperar que se les de una consigna ni se les tome el tiempo para cada cosa que realicen. Enseñarles que aburrirse no es malo, que los ayudará a ser más creativos. Nuestra tarea será, en definitiva, la de ayudarlos a conocerse. Al verse siendo registrados y aceptados tal como son, se sentirán más seguros y eso los motivará a intentar convertirse en su mejor versión, por sí mismos. Guiémoslos para que descubran cuáles son sus intereses personales y sus aptitudes, respetándolos y queriéndolos simplemente.
Relajémonos y pongamos el foco en lo importante. Tal como dice Honoré: “no es tan complicado como parece: puede conseguirse si se apaga el ruido de fondo y se hace más caso de la intuición, si se busca un modo propio de ser padres en vez de tratar de estar a la altura del de otros”.
Equipo creSER