“Conócete a tí mismo” nos aconsejan los griegos desde hace siglos. Pero esta búsqueda no ha de estar motivada por un interés teórico o por mera curiosidad; sino que se trata de una tarea fundamental para el ser humano.
El conocernos nos permite construir nuestro “autoconcepto”, que es la imagen que tenemos de nosotros mismos. Esta idea de quienes somos es la base de la autoestima (valoración de uno mismo), que determina en gran medida nuestro bienestar, nuestros logros y la capacidad de establecer relaciones significativas.
Sabemos además que el estrés es la tensión física y emocional que surge cuando percibimos que debemos enfrentar una situación y no creemos tener la capacidad suficiente para hacerlo efectivamente.
Cuanto más nos conozcamos, con nuestras fortalezas y dificultades, más claro vamos a tener qué situaciones podremos o no enfrentar; qué recursos debemos seguir desarrollando y cuándo pedir ayuda ante algo que no podemos manejar.
Al intentar conocernos, nuestra mirada estará puesta sobre cuáles son nuestras aptitudes y limitaciones; cómo funcionamos en distintos contextos, qué actitud tenemos ante diferentes circunstancias, qué situaciones nos detonan qué emociones, cuáles son nuestros valores, nuestros defectos…
La vida es dinámica, vamos creciendo, atravesando crisis de diferentes tipos; nos relacionamos con personas distintas que nos van marcando; se transforman o se refuerzan nuestros valores y creencias; viajamos, elegimos, perdemos, ganamos… Todo esto hace que nuestro autoconcepto vaya cambiando; por lo que el autoconocimiento será un proceso continuo, que dure toda la vida.
Entonces, debemos ejercitar nuestra capacidad de autoobservación y estar atentos a las fuentes de información que nos hablan de nosotros mismos: nuestros pensamientos, emociones y conductas. La información que nos dan las personas que nos rodean, acerca de cómo nos ven, y cómo nos desenvolvemos cuando estamos con otros.
Asimismo, cuanto más nos conozcamos, tendremos también más recursos para conocer a las demás personas.
Como padres, esta tarea es aún más importante. Por un lado, porque somos modelos constantes de nuestros hijos y, por otra parte, porque una de nuestras tareas implica que les enseñemos también a conocerse y a aceptarse como son.
Nada es más fuerte que el ejemplo cuando educamos. Aún sin saberlo, estamos modelando constantemente la conducta de nuestros hijos. Ya lo decía Serrat, en sus Locos bajitos:
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos para dormir.
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada y en cada canción.
Todos tenemos algún aspecto de nuestra manera de ser que no nos gusta tanto, que nos trae problemas o que, por lo menos, preferiríamos que nuestros hijos no “hereden”. Por ello, cuanto más nos conozcamos y nos demos cuenta de que constantemente estamos modelándolos, tendremos la posibilidad de manejar mejor lo que les transmitimos.
A la vez, el ser conscientes de nosotros mismos, nos ayuda a ser coherentes entre lo que hacemos y lo que les decimos que tienen que hacer. La coherencia es un pilar también fundamental en la educación.
Si los castigamos por haber dicho una mentira y luego les pedimos que atiendan el teléfono y digan que no estamos, tiramos por la borda cualquier sermón sobre la honestidad, por ejemplo. O si les gritamos diciéndoles que no tienen que gritar; o si nos enojamos porque no nos escuchan y no los escuchamos activamente cuando ellos nos quieren contar algo; si les hablamos sobre el valor de la solidaridad y respeto por el otro y luego no paran de escuchar nuestros prejuicios y críticas hacia los demás…
Por último, y retomando lo dicho anteriormente, una de nuestras tareas como padres y educadores es enseñarles a los niños a que se conozcan y se acepten como son.
El autoconocimiento no sólo los ayudará en todo lo planteado, sino que además favorecerá que puedan ir construyendo su identidad de manera más consciente y con más recursos.
Si a nuestros niños, desde que son muy pequeños, les enseñamos a mirarse sin juzgarse, a reflexionar sobre lo que sienten, entender qué tipos de pensamientos tienen, qué situaciones los llevan a actuar impulsivamente y qué los ayuda a tranquilizarse para pensar antes de reaccionar, etc; les estaremos dando herramientas que les servirán toda la vida.
Pensemos en un adolescente que desde pequeño aprendió a reflexionar sobre sí mismo, que conoce sus intereses, habilidades y dificultades; en fin, que sabe quién es, tendrá muchos más recursos para decidir quién quiere ser y esto lo ayudará a definir su vocación con menos dificultad.
Con esta reflexión queremos invitarlos a tener una mirada instrospectiva y a desarrollar la propia capacidad de autocrítica. Conocernos nos hace más libres para poder decidir convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos, como padres, educadores… como personas en general.
Equipo creSER