Hablamos de los miedos que son esperables en los niños según sus etapas evolutivas, que pueden ser reales o imaginarios… pero ¿y nuestros miedos como padres? Miedo a que les pase algo malo, miedo a “traumarlos” por no hacer bien las cosas desde nuestro rol, miedo a que se metan en problemas (drogas, malas compañías, etc.), a que no sean aceptados, a que sufran, etc.
Sabemos lo importante que es educar en emociones a nuestros niños y adolescentes. Para ello, el primer paso es “alfabetizarlos”. Enseñarles a nombrar lo que sienten, a poner en palabras sus emociones. Pero ¿qué pasa si somos nosotros los que tememos hablar de determinados temas?
Suponemos, desde nuestro pensamiento mágico, que “si no hablamos de algo, es como si no existiera” y, de esta manera, creemos que los estamos protegiendo. Como si fuera realmente posible protegerlos de experiencias que generen tristeza, frustración o miedo…
Pero nuestros hijos, exploradores innatos, quieren saber y hacen preguntas. Además la vida nos pone frente a experiencias dolorosas de las que no podemos escapar, ni nosotros ni nuestros niños.
Entonces, ¿qué hacer si alguien se enferma gravemente en la familia?, ¿si se muere una mascota o un pariente?, ¿si alguien se declara gay o si nos preguntan sobre cómo se hacen los bebés y qué efecto tiene el LSD?
Hay que animarse a hablar de ello.
¿Acaso hablando de esto no los estamos haciendo sufrir?
Cuando la familia o alguno de sus miembros están atravesando por alguna situación dolorosa, los chicos lo perciben y si no saben qué está pasando, se sienten confusos y generan fantasías que pueden ser más terroríficas para ellos que la realidad misma. Aparecen las pesadillas, las dificultades escolares, los problemas de conducta, las enfermedades.
¿Por qué es importante hablar de lo que sucede?
Para que no se sientan excluidos, y podamos acompañarlos y contenerlos mejor. Para que confíen en nosotros.
Si los chicos quieren saber algo que no nos animamos a hablar, van a buscar información en sus amigos o por internet. Esto puede brindarles información errónea o confusa.
¿De qué manera?
Siempre con lenguaje claro, acorde a la edad y respondiendo a lo que ellos están preguntando. Escuchándolos. Sin llenarlos de detalles que puedan confundirlos, y chequeando que vayan comprendiendo lo que estamos informando.
Sin mentir. Cuando son más grandes, es importante que podamos mostrarles cuáles son nuestros miedos y preocupaciones. Poniendo en palabras qué es lo que esperamos de ellos, y conversando acerca de qué piensan sobre estos temas y cuáles son las preocupaciones de ellos.
Si nos animamos a abrir espacios de diálogo con nuestros niños desde que son pequeños, podremos construir un vínculo firme y profundo, que podrá sostenerse y afianzarse en momentos de crisis. A medida de que ellos vayan creciendo, nos sentirán más cercanos y les demostraremos que pueden confiar en nosotros.
Equipo creSER