Todo sucede tan rápido… es tan complejo y enajenante… ¡Qué fácil puede ser juzgar a los padres de hoy en día de distraídos, de ajenos, incluso de indiferentes. ¿Pero es realmente esto lo que pasa?
Cuando éramos niños o adolescentes, compartir un lugar implicaba estar ahí y lo que sucedía se limitaba a estar presente en esa realidad concreta. Cuando invitábamos amigos a jugar a nuestras casas, nuestros padres podían conocerlos, conversar con ellos, saber acerca de sus familias e inclusive establecer un vínculo. Las cosas sucedían en un espacio visible, tangible. Lo mismo en el colegio. Cuando teníamos un problema con algún compañero, éste comenzaba y terminaba ahí. A lo sumo debíamos esperar al día siguiente para volver a encontrarse con aquel amigo con el que habíamos discutido o con aquella situación que había quedado sin resolver.
Pero la verdad que todo sucede a gran velocidad ahora, todo cambia y se modifica a un ritmo al que no llegamos acostumbrarnos. Nos encontramos frente a nuestros hijos y pensamos que, si compartimos el mismo espacio físico, estamos con ellos; pero de pronto tomamos conciencia de que en realidad no nos estamos vinculando. Que el interés de los chicos se centra en su celular o en cualquier otro dispositivo, y que definitivamente están muy lejos de nosotros.
Cuando están jugando “aparentemente” solos en una habitación, están en realidad jugando con otros, sus “amigos virtuales”, que si tenemos suerte son conocidos; pero también podría tratarse de personas que ni siquiera saben si el nombre que utilizan es el verdadero o uno de fantasía.
Las relaciones sociales de hoy poseen múltiples formas, ya que la manera de encuentro con el otro desconoce de límites y fronteras. Al igual que con los conflictos, ya que tampoco se reducen a un momento determinado, a un acontecimiento que se despliega en un espacio físico concreto. Las discusiones pueden continuar aunque no nos encontremos físicamente con la persona con la que tuvimos el problema, y esto no nos da tiempo para reflexionar, para tomar distancia y que la emoción disminuya en intensidad impidiendo que la situación de crisis pueda decantar. En cambio todo tiene continuidad agrandando los conflictos y hasta a veces haciendo que cambien de forma. Puede involucrar a otros a grandes velocidades, pasando de ser un tema privado a ser público, permitiendo que varias personas participen, opinen y juzguen, o simplemente sean testigos.
Todos estos nuevos estilos vinculantes nos colocan en un lugar parental de mucha incertidumbre e ignorancia. En donde proteger a nuestros hijos, cuidarlos, pasa a ser una batalla aparentemente perdida. Poco de lo vivido o aprendido en nuestra juventud tiene vigencia, dejándonos a nosotros y también a ellos con más dudas que certezas, y aún peor, más expuestos y vulnerables.
Lo que sí es seguro es que nuestra función de padres como cuidadores, apuntaladores y sostenes incondicionales, sigue manteniendo su actualidad y nos urge asumir la responsabilidad de aprender a acompañarlos como lo necesitan en este momento.
Entendemos que es la confianza y el diálogo con ellos lo que nos va a permitir entrar tímidamente en ese universo que no manejamos con tanta destreza, pero del cual no podemos ni debemos permanecer afuera.
Nuestro lugar de padres no puede quedar vacante con la excusa de no ser nativos digitales o porque nuestra infancia fue distinta.
Nuestros padres pasaron también por otras situaciones y sobrevivieron a nuestra adolescencia. Ahora nos toca a nosotros enfrentar el desafío de comprender nuevas formas, de posicionarnos en un lugar de cuidado y contención, haciéndoles saber que estaremos siempre disponibles emocionalmente. Mostrándoles con nuestra actitud que esperaremos pacientemente el momento en el que necesiten ser escuchados, ofreciéndoles una mirada desprejuiciada y, lo más importante, una mirada de profundo amor.
EQUIPO CRESER