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¿Ser amigos de nuestros hijos?

En general todos los padres buscamos que nuestros hijos sean felices, procuramos tener un vínculo cercano, pretendiendo que confíen en nosotros y sentirnos siempre importantes y queridos por ellos. En ocasiones creemos que la mejor manera para mantenernos cercanos a su mundo emocional es ubicándonos en el lugar de amigos.

¿Cuáles son las razones que nos impulsan?
Algunos padres de hoy hemos crecido con figuras paternas autoritarias, con poco espacio para conectar desde lo emocional, y por ello, ahora estando en ese rol, sentimos un gran temor de repetir el modelo jerárquico. El posicionarnos en el lugar de amigo es como un “manotazo de ahogado” a partir de nuestra carencia de un modelo referencial que nos guíe.
Para otros, los temores se relacionan a la vivencia del paso del tiempo y a la conciencia de la vejez. En una cultura en la que lo más valorado es la juventud, la energía inagotable y la belleza, es tentador convertirnos en la bruja de Blancanieves y competir con nuestras hijas para ver “quién es la más bella del reino”.
Las etapas evolutivas han ido mutando porque la esperanza de vida se alarga cada vez más, los estereotipos de antaño se desdibujan (si mostramos la imagen de una abuelita de rodete y anteojos, en general los chicos no la identifican con sus abuelas) y las modas refuerzan estos desfasajes. Pretendemos entonces seguir siendo jóvenes y, cuando nuestros hijos se vuelven adolescentes, nos peleamos por la ropa, competimos por quién llama más la atención y nos expresamos como ellos.
Por otro lado, el cambio de la forma de comunicarnos planteado por las redes sociales, también va marcando, sin que nos demos cuenta, la manera en que nos vinculamos con nuestros hijos. Buscamos ser sus amigos en Facebook, subimos sus fotos en poses ridículas sin consultarles, hacemos comentarios en las fotos que suben ellos o sus amigos, y nos ven en imágenes publicadas indiscriminadamente, brindando y payaseando con nuestros grupos de pares. Se diluye el límite de lo público y lo privado, y esto se pone en evidencia también en el vínculo padre-hijo, en el que llegan a veces a cuestionarnos temas que ni soñábamos que pudiéramos si quiera nombrar frente a nuestros propios padres a su edad.
No queremos, a su vez perder el lugar de seres idealizados cuando ya no son niños, y entonces buscamos ese guiño de complicidad con el adolescente que nos hace sentir especiales para ellos, apañándolos y teniendo serias dificultades para sostener límites, exponiendo ante sus ojos nuestra inseguridad y nuestra dependencia a su constante aprobación. ¿Cómo podríamos mantenernos firmes si cuando bajamos línea por algo nos dicen que nos odian y que somos los peores papás del mundo? No, no, no podemos soportar el dolor que esto nos genera, en la misma medida en que no logramos enseñarles a que ellos toleren la frustración del límite impuesto.

¿Por qué no podemos ser sus amigos?
Si somos amigos de nuestros hijos en lugar de ser sus padres, los dejaremos huérfanos.
Volvemos a lo que planteamos hace un tiempo, cuando reflexionábamos acerca de la necesidad de poner límites*: éstos los organizan, les dan seguridad, los sostienen. Y es nuestra función el convertirnos en referentes de autoridad para ellos, pilares de confianza que los orientan y acompañan en su crecimiento. El vínculo no es simétrico y necesitan que no lo sea.

¿Qué podemos hacer?
Construyamos una relación de confianza, fomentando el diálogo con ellos, desde pequeños. El que nuestros hijos se acerquen a nosotros y sientan la confianza para abrirse a nosotros, dependerá de la calidad y cantidad de tiempo que les brindemos y no de la informalidad que demostremos en el trato.
Podremos convertirnos en padres confidentes destinando tiempo de calidad para compartir juntos, mostrando interés en relación a lo que a ellos les gusta y disfrutando actividades conjuntas. Hagamos el esfuerzo de favorecer su autonomía (acorde a la edad de cada uno), sin críticas destructivas sino enseñándoles a aprender de sus errores, para que aprendan y salgan fortalecidos de los mismos.
Tendremos el desafío de ir aggiornándonos en la manera de comunicarnos con ellos, sin hablarles como niños cuando dejen de serlo, ni tratándolos como adultos antes de tiempo; ni tampoco poniéndonos nosotros en una actitud adolescente, condescendiente. Habremos de negociar lo negociable, mostrándonos firmes en lo no negociable, asumiendo nuestra responsabilidad de parentalizar. Demostraremos que valoramos su criterio y que realmente nos gusta estar con ellos, y haremos el esfuerzo de quedarnos y “sobrevivir” en los momentos en los que quisiéramos salir corriendo.
A veces tendremos que decirles cosas que no les gustarán y soportar estoicamente que nos digan que somos los peores papás del mundo. Si deseamos sentirnos amigos queridos todo el tiempo, no podremos sostener estos límites que son tan necesarios para que puedan crecer orientados y, a la vez, no los ayudaremos a aprender a tolerar la frustración que les genera el no poder hacer siempre lo que quieren. Así es la vida y tenemos que darles las herramientas para sostenerse y crecer con confianza, seguridad y amor.

(*http://creseraprendiendo.com/como-poner-limites-a-los-ninos/ y http://creseraprendiendo.com/por-que-nos-resulta-tan-dificil-poner-limites-a-nuestros-hijos-adolescentes/)

Equipo creSER