Inicio » Blog » Paternidad y crianza » Aprendiendo a aceptar los límites

Aprendiendo a aceptar los límites

Hace ya varios años que trabajamos en el ámbito escolar y aún nos sorprende cuando, charlando con los chicos acerca de la frustración, alguno comenta que nunca se ha sentido frustrado. Entonces empezamos entre todos a desatar recuerdos, a poner nombre a vivencias, pensar ejemplos. Y siempre, siempre, aparece la imagen de la situación frustrante.

No quisieron comprarme eso…
Dijeron que iríamos a tomar un helado y se les hizo tarde, otra vez, en el trabajo…
No me dejaron ver la peli…
Me lo prometió y se olvidó…
Matemática es muy difícil…
Le hablo pero no me escucha, siempre con el celular en la mano…
Soy malo para los deportes…
Yo sólo quería jugar media hora más…
Yo quería que ese chico me mirara…
Practiqué un montón pero igual no me eligieron…

Nuestros niños y adolescentes enfrentan diariamente situaciones que los hacen sentir frustrados, al igual que nosotros. En nuestros trabajos, con nuestras parejas, con nuestros hijos. La frustración es una emoción inevitable.

Cuando somos muy pequeños, creemos que el mundo gira alrededor nuestro y que nuestros deseos deben ser satisfechos al instante. Esta ilusión de omnipotencia en la primer etapa de la vida reforzará nuestra sensación de seguridad y autoestima. Pero llega un momento en el que descubriremos que esto no es real. Desilusionándonos gradualmente, reconociendo nuestro límite y el de los demás, vamos conociendo e incorporándonos al mundo.

La capacidad de esperar para que se cubran nuestras necesidades o de aceptar cuando éstas son negadas, se va aprendiendo a medida que vamos creciendo. Cuanta menos capacidad para tolerar la frustración tengamos, mayor va a ser el malestar ante la espera y la negación, y probablemente aparezcan problemas para mantener la motivación y ser perseverantes en nuestras metas.

La frustración, según su intensidad y nuestra forma de ser, aparecerá como enojo, tristeza, ansiedad, angustia o una mezcla de todas ellas. Y si nuestra capacidad de tolerarla es baja, hará que abandonemos lo que estamos haciendo ante cualquier obstáculo.

¿Por qué nos sentimos así? En todas estas situaciones está en juego alguna expectativa, a veces realista a veces inalcanzable. Esperamos que otro (persona, cosa o situación) satisfaga un deseo, una necesidad. Esperamos hacer todo a la perfección. Y entonces, “si las cosas no salen exactamente como yo quiero…”

Es una emoción que genera tanto malestar, que nos cuesta soportar la frustración del otro, tanto como en nosotros mismos. Sobre todo como padres, porque no queremos que nuestros hijos sufran. Y si encima nos sentimos culpables por no estar disponibles, ¿cómo no darles todo lo que nos piden?

El problema es que la vida inevitablemente los enfrentará a situaciones y personas que les impongan límites. Y no tendrán herramientas emocionales para soportar ese dolor. Abandonarán lo que estaban haciendo ante la primer dificultad, no se arriesgarán a hacer nada nuevo por no tener el éxito asegurado, serán rígidos y estructurados, se sentirán inseguros y desvalorizados.

Entonces, tenemos el desafío de aprender nosotros mismos a tolerar la frustración que nos genera no ser los padres perfectos que imaginamos que íbamos a ser; no tener los hijos perfectos que soñamos tener. Somos modelos constantes de nuestros hijos. Si ven cómo el enojo de lo que nos frustra nos paraliza, cómo nos deprimimos ante las dificultades, cómo nos cuesta esforzarnos en pos de lo que buscamos; ante sus propios límites, ellos nos imitarán.

Enseñarles a tolerar la frustración nos exige tiempo y compromiso. Tiempo para sentarnos con ellos, reflexionar sobre lo que sienten y enseñarles a aceptar que las cosas a veces no son como quisiéramos; que aunque algo resulte difícil, con paciencia y práctica, puede salir; que respirando hondo la emoción pasa; que lo valioso es hacer nuestro mayor esfuerzo, con una actitud positiva ante los problemas; que de los errores se aprende; que nadie es perfecto; que con constancia es mucho lo que se puede lograr.

Que para mantener nuestra motivación y nuestro bienestar es fundamental proponernos objetivos concretables y tener expectativas realistas de los demás y de nosotros mismos.

Es muy tentador, sobre todo cuando son pequeños, resolverles cada dificultad que enfrentan o echar la culpa a la “mesa mala” o comprar el chupetín en vez de bancar la rabieta. Pero recordemos que es nuestra responsabilidad como padres y educadores, el darles herramientas para la vida. Como dice aquel probervio: “dale un pez a un hombre y comerá un día; enséñale a pescar y comerá siempre”.

Equipo creSER